Sustancias psicoactivas. Artículo introductorio.

06.10.2021

Por: Mariano Cañizares Parrado.

No es difícil comprobar la inteligencia de un científico. Por algo lo es, pero generalmente carecen de habili­dades para triunfar mientras viven. Por eso, son más famosos después de la muerte. En los polí­ticos sucede todo lo contrario.

¿Cuál es el porqué de este preludio? Muy sen­cillo. Regresemos a artículos anteriores, y pro­fundicemos en mis conceptos sobre inteligencia y habilidad (dos subestructuras de la personalidad, completamente diferentes). Ahí podrán comprender con más exactitud, por qué considero un disparate la propo­sición de algunos funcionarios públicos, dedicados a promover la legalización de las sustancias psi­coactivas controladas en la actualidad.

Apelemos al sentido común. Quizás así estos personajes (más habili­dosos que inteligentes), comprendan con exactitud los reclamos de quienes, por encima de todas las cosas, contribuimos día a día, con el verdadero de­sarrollo de la humanidad.

Desde el año 2005 y hasta el 2010 trabajé como especialista, en la clínica Salud Futura, ubicada en la calle 106 con 15 de la ciudad de Bogotá. Fueron cinco años terroríficos, porque esa zona está cargada de smog, la situación de los parqueos realmente tortuosa, los ruidos ambientales ensordecedores, y como si fuera poco, los pacientes debían subir cuatro pisos por escaleras, para poder ser atendidos. Todas esas premisas, me hicieron pensar en comprar mi propia clínica. Se pueden imaginar, que por supuesto, buscaría algo en el otro extremo. Así lo hice.

Mi clínica actual está rodeada de una extensa variedad de árboles, porque la quise así. No hay contaminación ambiental. Están ausentes los ruidos dañinos, y la posibilidad de parqueo está totalmente resuelta. Cuando compré esta propiedad de 412 metros cuadrados construidos. Ubicada en una zona de extrema seguridad, en el norte de Bogotá, pensé haber encontrado el paraíso.

En el año 2010 los árboles a que hago referencia, sólo generaban oxígeno y tranquilidad. Las personas podían sentarse en la hierba para tomarse una gaseosa, comerse una fruta, y echar una larga charla sin ser interrumpidos.

Pocos nos detenemos a analizar la transformación del mundo en la última década. El deterioro de la naturaleza y de la conducta humana, dependientes de un sistema educacional cada día más ineficiente, y hogares cada vez más inestables y con menos principios éticos, han hecho posible que también exista un efecto de globalización en el comportamiento humano.

Actualmente, lo que antes era oxígeno, hoy es una bola de humo generada por fumadores de marihuana u otros cigarrillos. No podemos sentarnos en ninguna parte, porque nos llevamos en nuestra ropa la huella de las heces fecales de los perros, o de algún preservativo abandonado por jóvenes carentes de moral.

Lo más interesante es que estos insaciables sociópatas, no les es suficiente la marihuana y co­mienzan a potenciar el efecto de ésta, con bebidas alcohólicas, provocando un estado de descontrol absoluto de la conducta. Cuando se le llama a la policía, resulta que en un porciento elevadísimo son menores de edad y todos poseen licencia de conducción. Así que no sólo tendremos que sopor­tar las consecuencias del trastorno del comporta­miento, sino además, debemos estar muy atentos, porque son asesinos en potencia, desde el mismo instante en que se suben a su auto.

Esto sin mencionar las drogas más fuertes (que serán tra­tadas en otros artículos). Unidas a las que tienen libertad para el consumo actualmente; sin dudas, crearían una situación de convivencia de­masiado hostil, sobre todo para aquellas personas amantes de los buenos modales y cumplidores de las más absurdas reglas de convivencia.

¿Es que a estos gobernantes aún les parece poco todo lo que voy a mencionar a continuación?:

El consumo de drogas conduce a una mayor mendicidad, con todas sus consecuencias. De le­galizar las aún prohibidas, tendremos que utilizar medios de defensa propios para poder salir a las calles a resolver lo más elemental para conservar la vida.

Las muertes ocasionadas por el consumo de dro­gas autorizadas, resulta algo extraordinariamente alarmante. Fuera del control de las autoridades existentes a estos fines. ¿Qué pasaría, de autorizar las aún prohibidas? No cabe la menor duda; los récords serán tan elevados, que olvidaríamos para siempre, que Al Capone fue el mayor de los capos en el tráfico de drogas prohibidas (en su época, el alcohol).

¿Tendremos que seguir pagando impuestos para atender a personas que, por no tener una adecuada educación, eligen estos caminos equivocados?

¿Será la propuesta de legalizar las drogas una salida a la ineficacia e impotencia de los gobiernos, ante el control de algo que, en vez de autorizarlo, debía proponerse censurarlo con la mayor severi­dad posible? O, estaremos delante de una situa­ción tan anormal como la de aquellos políticos, que proponen disminuir las penas a los delitos para descongestionar las cárceles, en vez de construir más centros penitenciarios para aplicar la justicia con mayor rigor y prontitud.

A mi criterio, tolerar el delito o legalizar el mal, es el mayor de los absurdos y constituye en sí un acto de complicidad.

Como siempre. Un abrazo para todos y uno para mí, y que Dios nos siga protegiendo.