Que triste es llegar a viejo.

18.02.2020

Por: Mariano Cañizares Parrado.

Que triste es llegar a viejo. Esta famosa canción ha llegado a quedarse en la historia, no sólo por su belleza poética, sino más aún, por la Calidad de su contenido.

He querido tomar como bandera este título, para dar a conocer el cuerpo de una investigación que vengo realizando hace muchos años.

Como todos los que me necesitan, saben que atiendo alrededor de 224 pacientes por mes y las citas para atenderse conmigo personalmente, se terminan en la primera quincena de marzo de cada año. Es decir, mi agenda se llena hasta diciembre del año en curso en la fecha mencionada. De esas 224 personas atendidas, pertenecen al llamado grupo de la tercera edad, 135. Aproximadamente el 60 % de todos mis pacientes están muy cercanos a los 60 años o por encima de ellos. Dato condicionado a que me he especializado en atender: obesidad, hipertensión arterial, diabetes, clínica del dolor y las enfermedades típicas del sistema nervioso.

En mi larga vida profesional he atendido hasta hoy 72 327 pacientes. Siguiendo con la propuesta inicial, deben estar pensando que han pasado por mi consulta 43 396 personas, estigmatizadas con la despectiva calificación de viejo o anciano.

Después de largos años escuchando desprecios, injusticias, maltratos, bejámenes de todo tipo hacia estos seres humanos, de los cuales debíamos estar profundamente agradecidos, porque gracias a ellos, existen estos médicos de veinti tantos y hasta los menores de 35 años, que en la mayor parte están preparados teóricamente, pero que aún adolecen completamente de la práctica asistencial, investigativa y docente en el campo de la medicina. No puedo ni tan siquiera decir que piensen en sus abuelos, porque por lo general también los desprecian, utilizando el fariseismo como la mejor manera de salir de un compromiso no deseado.

Cuando yo terminé mi primera especialización en el año 1984, que por mi resultados académicos y científicos me ubicaron directamente en el más codiciado hospital de mi país, me creía el mejor especialista del mundo. Hoy a mis 66 años, en una retrospectiva objetiva, me doy cuenta con mucha facilidad, que era un perfecto idiota, igualado y ostentoso. En pocas palabras: alguien con potencialidades para llegar a ser lo que hoy soy, pero creyéndome que ya lo era.

Estos médicos jóvenes de hoy, en su mayoría son lo que yo fui, pero con una calificación adicional que antes no existía, la cual se denomina: falta de sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento del paciente de la tercera edad, y un médico sin sentimientos y humanidad, ha perdido el 100% de su capacidad para ejercer su profesión.

Entre las cualidades negativas en la formación de los médicos milenials, hay cuatro que sobresalen por encima de un compendio de ineptitudes para ejercer la medicina.

Primero. No tienen paciencia para escuchar al paciente de la tercera edad. Qué culpa pueden tener ellos del envejecimiento natural de la vida, el cual trae como sus mejores compañeros un sin número de síntomas. Muchas veces alejados de la especialidad para la cual han sido remitidos.

Segundo. No cuentan con la capacidad del entendimiento, porque no les permiten terminar de explicar lo que sienten, lo cual generalmente da lugar a diagnósticos equivocados, y donde hay un mal diagnóstico, siempre existirá un peor tratamiento.

Tercero. No les nace la voluntad de tratarlos con cariño y rapidez efectiva. Muchos de estos pacientes me llegan a la consulta y con sólo dedicarles el tiempo necesario, alcanzan una óptima calidad de vida.

Cuarto. Se creen los elegidos de Dios para representarlos en la tierra. No escuchan, pero sí dan órdenes, y la obediencia debe ser ciega. Sólo les queda la resignación, y esa cuenta con con seis palabras: "Que triste es llegar a viejo".