Muerte mental.

25.10.2016

Por: Mariano Cañizares Parrado.

Sólo estamos aptos para recibir un tratamiento, si antes alguien o nosotros mismos, nos hemos convencido de que estamos enfermos.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término mente, como "...el conjunto de actividades y procesos psíquicos conscientes e inconscientes, especialmente de carácter cognitivo..."

Hoy es más dañina la muerte mental que la cerebral, porque es más doloroso contar con la capacidad de pensar y no poder utilizarla, que definitivamente haberla perdido.

En poco tiempo la obsesión compulsiva será la causa fundamental de asistencia a consultas de psiquiatras y psicólogos, porque cuando los estados afectivos vencen los cognoscitivos, se ha matado a la voluntad.

La dependencia obsesiva hacia los teléfonos inteligentes ha provocado la muerte mental, porque el sólo ring tone es suficiente para destruir la escala de valores y la jerarquía motivacional de los seres humanos. Cuando suena el teléfono de su interlocutor, aunque tenga la orden explícita de no responder, usted se ha quedado solo. Lo siguen mirando a los ojos, no se mueven hacia ninguna parte, pero la energía que se percibe es la desatención total hacia el contenido del diálogo que se venía realizando, sin importar la profundidad y necesidad de su contenido. Es algo más fuerte que la voluntad. Es el estímulo que desencadena el estereotipo dinámico obsesivo, apareciendo la automatización del movimiento reflejo condicionado de agarrar el celular, aunque esté dándole respiración boca a boca a su ser más querido. Es sin duda la expresión más nítida de la destrucción de la capacidad autorreguladora de la personalidad.

La muerte de la mente nos lleva progresivamente a un término que vengo manejando hace mucho tiempo en todos mis libros: "La infertilidad social". En mi caso personal, cuando invito a un amigo a mi casa lo hago bajo la condición de que no puede bajo ningún motivo contestar el celular, porque de no advertirlo, llega el momento que todos estamos conversando con personas ajenas a la reunión, donde los monólogos resultan ser tan protagónicos, que entre los amigos no queda ni el recuerdo de haberse encontrado.

Las familias salen a cenar a un restaurante, donde se supone que van a comentar sobre las delicias de la alimentación elegida, las inquietudes de los hijos, los planes para el futuro inmediato y mediato etc. Sin embargo, el plato elegido es el de todos los días: La conversación con todos aquellos que no están presente y que han tenido el privilegio de estarlo, sólo por no estar.

Pero lo más doloroso es exactamente conocer que la destrucción de la familia, como la célula fundamental de la sociedad, es el producto supremo de este supuesto desarrollo de la mal llamada civilización. Las vías de comunicación virtuales, están dando lugar a algo sumamente peligroso para la conservación de la familia, porque los encuentros ocasionales están dejando embarazos y con ellos hijos sin padres, porque como fue una noche y si te he visto no me acuerdo, después no tenemos la más mínima vía de comunicación, con capacidad para exigir las responsabilidades que genera un acto irresponsable.

No estoy muy claro de quien le pondrá frenos a este tren cargado de personas padeciendo de muerte mental, porque estamos en presencia del virus más potente que ha podido sufrir la humanidad: "La era digital".

Cuando el ser humano no tiene control de los impulsos primarios, ha perdido la única cualidad que lo distingue de los demás animales en la escala filogenética. Es la razón, el pensamiento, los afectos, los valores supremos, los que nos hacen humanos y cuando existe algo superior que nos domina y nos gobierna, somos como los perritos que realizan el amor en medio de un césped, sin consciencia de cuanto representa en la degradación de su integridad moral.

Hace unos días estaba en mi consulta atendiendo unos pacientes y afuera esperaban dos acompañantes, uno sentado al lado del otro. Cuando salgo a imprimir el sistema de tratamiento, los veo escribiéndose el uno al otro por medio de dos celulares. El entusiasmo era tal que obstruían la tranquilidad de la clínica. Cuando les pregunto si están chateando entre sí a menos de 20 cm de distancia, me respondieron positivamente sin mucho reparo.

Un acto como este demuestra que la vida social, la amistad verdadera, el abrazo sincero, el beso amoroso... están siendo sustituidos por el WhatsApp, viber, line, tango y las variadas redes sociales. Estoy al empezar a creer firmemente en el sexo virtual.

Sin dudas, será en el futuro la obsesión compulsiva la principal enfermedad a tratar por psicólogos y psiquiatras. Quiera Dios que ellos mismos no sean quienes refuercen estos estereotipos dinámicos patológicos, porque sólo estamos aptos para recibir un tratamiento, si antes alguien o nosotros mismos, nos hemos convencido de que estamos enfermos.