Los prejuicios.
Por: Mariano Cañizares Parrado.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un prejuicio es el proceso de formación de un concepto o juicio sobre alguna persona, objeto o idea de manera anticipada. En términos psicológicos, es una actividad mental inconsciente que distorsiona la percepción.
En una ocasión algún amigo me mandó un mensaje por Facebook donde me decía que la vida de los seres humanos era como el palo donde dormía una gallina: Corto y lleno de excrementos. Supongo que este buen compañero quiso decirme porqué era totalmente absurdo tomar las cosas con tanta seriedad, en un mundo que no tiene mucho de serio. El mejor ejemplo lo podemos encontrar en la canción de Maluma: "Felices los cuatro" (En sólo 4 meses su video en Youtube tiene 935 millones 192 mil 370 vistas hasta el día de hoy).
Hasta el Papa Francisco ha dicho, hablando de los homosexuales: "Quién soy yo para juzgarlos".
Los prejuicios suelen tener una característica en común: Siempre tienden a la restricción de algo que para muchos es normal y cuando usted quiera que algo tenga lugar, restrínjalo.
Esta canción de Maluma surgió como algo sutil e inesperado, pero los prejuicios de algunos periodistas, teólogos, religiosos, políticos, psicólogos, psiquiatras... han hecho que se haga más famosa cada día.
Estoy casi seguro que cuando Maluma decidió escribir y hacer pública su canción no consultó a ninguno de estos personajes, porque como yo, debe ser del criterio, que los mejores consejos se encuentran en el silencio, en un verdadero encuentro consigo mismo, considerando que los instintos siempre y cuando estén debidamente controlados por la consciencia, una vez hechos consciente; si le damos riendas sueltas, por lo general son un éxito.
No les hablo en esta oportunidad de los prejuicios ancestrales, que han trascendido hasta las generaciones actuales, porque en un porciento elevadísimo son la máxima expresión del absurdo, por lo que dedicarle tiempo es comenzar a perder lo más valioso de la vida.
Otra dirección de los prejuicios es aquella que tiene un matiz muy particular: la vanidad, el falso orgullo y la pedantería.
Como profesor siempre he obtenido muchos éxitos siendo lo más didáctico posible, y los ejemplos hacen ver más claros los conceptos: En una ocasión le orienté a una de mis pacientes, la cual no tenía tiempo para realizar actividad física, que utilizara el espacio existente entre su domicilio y el trabajo para caminar mucho, con el fin de aumentar los niveles de amplitud y flexibilidad de las arterias femorales y tibiales y garantizar además, un perfecto equilibrio entre los niveles de anhídrido carbónico (CO2), contenidos en sangre venosa y los de oxígeno (O2), de la sangre arterial.
Ante tal exigencia y de manera súbita, la paciente me respondió: "No, eso no lo puedo hacer, porque son más de 20 cuadras y me haría mucho daño con zapatos altos", a lo que le respondí: Por supuesto, debe hacerlo en zapatillas, para evitar pinzamientos del nervio ciático, afectaciones musculares y de los tejidos óseos.
De manera muy espontánea, esta paciente expresó: "Si camino en tenis, pierdo todos mis clientes, porque soy abogada". No le contesté.
Aunque siempre visto con ropa costosa. Les voy a contar qué hago con mis pacientes, cuando se ponen a reparar cómo ando vestido. Inmediatamente, al salir de la consulta, le oriento a mi asistente no darle más citas, porque el hábito no hace al monje.
Algunas conductas y hábitos, califican a los que ostentan ser de clases altas, personas no sólo indeseables, por sus comportamientos neuróticos, sino además, insoportables por su ignorancia. La más evidente es, el uso de la corbata.
Esta lujosa y exclusiva prenda de vestir. Sin dudas, ofrece una impresión agradable, de buen gusto y en muchas ocasiones de refinada cultura, capacidades y adecuados hábitos de conducta. No obstante, está asociada directamente con el falso concepto de la apariencia personal y muy alejada de sus efectos nocivos para la salud.
La corbata; ¡QUE ELEGANCIA!
La vanidad de los supuestamente cultos es una de las principales causas de las enfermedades de carácter funcional. Muchos ejemplos sirven de evidencia: Las arterias carótidas comunes tienen entre sus funciones principales la irrigación del cuello, el cráneo y la cara. Un insuficiente reciclaje del oxígeno en estas tres porciones anatómicas del cuerpo humano, dan para escribir un libro superior a las mil páginas, sólo refiriéndonos al envejecimiento de los tejidos y de las funciones de conducción nerviosas superiores. Imagínense que ellas suben por el cuello a ambos lados de la tráquea y del esófago. Pareciera que por estar recubiertas por el músculo esternocleidomastoideo no recibieran ningún daño por el uso de la corbata. Sin embargo, esto constituye un grave error, porque al apretar este músculo, no sólo impedimos adecuados niveles de oxigenación, sino además, dañamos las funciones de la vena yugular interna y del nervio vago. Sólo el daño de este nervio, puede causar disfuncionalidad de la faringe, esófago, laringe, tráquea, bronquios, corazón, páncreas, hígado, estómago...
La corbata es la mayor responsable de las cefaleas, no sólo causado por los defectos de oxigenación a los grandes hemisferios cerebrales, sino además, por los trastornos provocados en los niveles de flexibilidad del cuello. La compresión de los esternocleidomastoideos afecta un sinnúmero de músculos vecinos: Trapecios, deltoides, músculos longitudinales (iliocostal, dorsal largo y transverso espinoso), causantes además de dolores de espalda y otros síntomas típicos de disfuncionalidad del Sistema Nervioso Periférico. ¡QUE ELEGANCIA!
El hábito no hace al monje, porque la inteligencia, las capacidades, los buenos hábitos de conducta, la moral y el prestigio de un ser humano, afortunadamente no están contenidos en una corbata. Pareciera que la vanidad, el falso orgullo, la jactancia, vanagloria, soberbia, engreimiento, la petulancia, pedantería y por qué no la fatuidad, si forman parte de esta elegante indumentaria, de los que viven en un mundo irreal, alimentados de sus propios comportamientos neuróticos.
Así que, cuando me vean con una corbata en mi cuello, es porque me la ha exigido algún vanidoso ignorante, del cual estoy necesitado, porque la inteligencia se lleva en el cerebro, no en la corbata, pero lo cortés no quita lo valiente.
Seamos sensatos y apreciemos en el ser humano sus cualidades humanas, no sus cantidades inhumanas.
Les aseguro que por este camino analizaremos con más
profundidad los prejuicios y con ello, evitaremos seguir siendo un mendigo de
sí mismo.