El viejo adolescente.

05.02.2018

Por: Mariano Cañizares Parrado.

Este tema se puede comenzar, analizando cualesquiera de estas frases: Estoy muy viejo para que me llamen la atención; ya tengo suficientes años para tener que soportar regaños; ¿cuántos años tienes tú? ¿No te ves muy joven para decirme a mis años lo que tengo que hacer?...

Los años cumplidos no son la razón, debemos utilizar la razón para evaluar si nuestras actitudes están en correspondencia con el modo en que nos comportamos, a pesar de las veces que hemos celebrado nuestro cumpleaños.

Señalarle un inadecuado comportamiento a una persona mayor de 50 años, se ha convertido en algo tan conflictivo como la educación de un adolescente; pareciera que los años nos otorgaran el derecho de la inmunidad, para expresar libremente las más variadas conductas neuróticas.

Si llegamos tarde a una cita no es por irresponsables y desordenados, como solemos decirle a un adolescente, cuando le llamamos la atención al respecto. Todo lo contrario. El exceso de responsabilidades y las preocupaciones latentes, nos obligan a ser impuntuales. En definitiva, el resultado es el mismo.

Detrás de semejante equivocación, existe un viejo proverbio maquiavélico: "El fin justifica los medios". Es decir, a mí me está permitido ser informal y utilitarista, por el poder que me otorga mi experiencia, "madurez" y responsabilidad.

Estas condicionantes pueden cubrir justificaciones, que trascienden los límites de la ética, porque llegar tarde a una cita, no es más que una irrespetuosidad, donde se menosprecia el tiempo de nuestro interlocutor, por el sencillo hecho de que así yo lo he determinado.

En situaciones de impuntualidad a veces las disculpas suenan en nuestro oído como algo cínico, pero más incómodo resulta que al indicarnos el incumplimiento, nos molestemos y lleguemos inclusive a levantar la voz. Es como si hablar más alto nos diera la razón.

Realmente detrás de un neuroticismo como éste, no hay más que un comportamiento histérico, ególatra, histriónico... expresado con toda intención, para restarle importancia a nuestra irresponsabilidad, en presencia de los otros.

En este mundo "moderno", la prepotencia de las personas adultas (más de 50 años), se está convirtiendo en un tema psicológico de tanta importancia, como el deseo y expresión de la individualidad en el adolescente. Realmente no se sabe dónde hay más capricho e insubordinación.

Entre estas edades hay dos grandes diferencias:

Primero: Los años, lo cual marca las pautas del tratamiento, porque un trastorno de conducta en una personalidad en formación es admisible, pero un comportamiento neurótico en una persona adulta es repugnante, porque la vida nos ha dado la posibilidad de crear rasgos estables del carácter, capaces de inhibir los impulsos temperamentales y la voluntad ha tenido suficiente tiempo, para actuar como mecanismo de autorregulación, ante situaciones generadoras de estrés y ansiedad.

De igual manera, quien no tiene definida la dirección y orientación de la personalidad a los 50 años, le pega muy bien el viejo proverbio: "Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza".

En segundo lugar; los jóvenes adolescentes aún no han adquirido grandes responsabilidades con la vida, como son: Enfrentar las exigencias de un hogar, educar hijos, sostener una buena conducta laboral y profesional y todavía, el ejemplo está mediado por la impetuosidad de sus años. Pero una persona mayor de 50 años, debe pensar en que, si no es ejemplo, sobre todo para sus hijos, esposa (o), amigos... sencillamente está actuando con absoluto egoísmo e histrionismo, sólo pensando en la satisfacción de sus deseos, dentro de ellos, el de mantener un comportamiento neurótico.

En mi vida profesional he podido constatar infinidad de personas adultas con actitudes desajustadas al medio que le rodea, con total consciencia de lo que hacen, con el fin de obtener ganancias de sus comportamientos neuróticos. Realmente repugnante. En este sentido muchos se comportan susceptibles, aprehensivos, se concentran demasiado en un estímulo sin carga psicotraumatizante suficiente, como para perder la capacidad autorreguladora.

Serían interminables los ejemplos en este sentido. De los cuales se puede extraer una sola conclusión: Es mucho más difícil y desagradable, la terapia de psicocorrección en una persona adulta, portador de trastornos de conducta, que en un adolescente.

Por supuesto, en ambos hay que evaluar si existe predisposición psicopática. Si así fuera, el pronóstico es de igual, muy reservado.

Más interesante aún, resultan las tres coincidencias predominantes:

En ambas edades pensamos contar con la verdad absoluta en las manos y no existe nada más alejado de la razón.

Los caprichos e insubordinaciones están a la orden del día.

En ambas edades está de base una insuficiente madurez de la personalidad.

No se asombren por esta afirmación, porque hay muchas personas que maduran a los 18 años, otras a los 21, un grupo más pequeño a los 25, pero desgraciadamente existen algunos, que no maduran nunca. Gracias a ellos, cada día se hace más grande el grupo de personas, que sin saberlo hace mucho tiempo son mendigos de sí mismo.