Un asesino aceptado.
Por: Mariano Cañizares Parrado.
Anda por las calles vestido de cualquier manera; podemos encontrarlo con camiseta barata y tenis de cuatro pesos, pero es común verlo de traje, con corbata y zapatos extraordinariamente costosos. Tiene licencia para matar y un arma en las manos, que pudiendo quitársela con simples medidas, se la dejamos para que siga asesinando sin escrúpulos de ninguna índole.
En correspondencia con el nivel cultural, económico, político y social, poseen estos asesinos más o menos libertades para cometer sus asesinatos.
Se escandaliza permanentemente sobre las medidas tomadas para evitar estos crímenes, pero la ineficiencia de quienes deben evitarlo es tal, que prácticamente se toma partido en el asunto, cuando los agentes precipitantes y desencadenantes del delito están a punto de su comisión.
Mientras más costosa es el arma utilizada para arrebatarle la vida a un ser humano, pareciera tener mayores concesiones para enfocarla en cualquier sentido, aunque el mismo esté completamente prohibido por las leyes existentes.
Este asesino aceptado puede ser un simple hombre o mujer, pero generalmente es hijo, hermano, esposo, padre y un supuesto ciudadano admirable en la sociedad que interactúa.
Este asesino tiene un nombre genérico: CHOFER.
La muerte causada por accidentes de tránsito está entre las primeras en las estadísticas de mortalidad en todos los países del mundo. No existe ninguna catástrofe que supere la cifra de vidas humanas perdidas por la irresponsabilidad de los conductores de vehículos.
Se habla permanentemente del estado de embriaguez como la principal causa. A mi criterio estimo que es una forma muy sutil de restarle importancia a la sumatoria de infracciones sutiles, cometidas por conductores no sancionados, ni tenidos en cuenta por quienes se les paga en cada país, para cumplir con su deber.
Los accidentes de tránsito constituyen el lado oscuro de los placeres y las necesidades que satisface la industria automovilística, porque mundialmente 1.2 millones de personas mueren anualmente en accidentes de tránsito. Esto traducido en tiempo equivale a una muerte por cada 15 minutos transcurridos.
Es tan común la muerte ocasionada por estos "asesinos", que la humanidad ha llegado a metabolizarlo como un riesgo entre parámetros normales. Esta es la máxima expresión del comportamiento neurótico: La resignación mediada por la impotencia que sentimos todas las víctimas.
Que lamentable resulta cuando delante de la autoridad se violan permanentemente: semáforos, pares, ceda el paso, señales de parqueo, límites de velocidad, contravías... quedándose con los brazos cruzados como si no fuera ésta su tarea suprema.
Más indignante aún es cuando vemos a la propia policía cometiendo estas mismas infracciones.
Lo más doloroso es que en casi todos los países del mundo se está aumentando el número de policías de tránsito, cuando sólo hay que crecer en la eficiencia con respecto al cumplimiento estricto de lo establecido por el código internacional de tránsito.
El mal llamado mundo moderno y civilizado ha traído aparejado a las indisciplinas en la conducción de vehículos, el hábito de hablar por celular. Si revisamos con minuciosidad estudios hechos al respecto, podemos observar que ya está cerca del 30% los accidentes mortales bañados de sangre por la presencia de este aparatito, que se ha convertido en una manía, en extremo dañina para mantener el equilibrio psicofisiológico de los seres humanos.
Si en el mundo llegáramos a controlar los comportamientos
neuróticos de los choferes, se disminuyeran considerablemente los dolores,
sufrimientos, sentimientos de culpa y autocensuras, causadas por los mal
llamados accidentes de tránsito. Los cuales como resultado final dejan a un
sinnúmero de personas convertidos en mendigos de sí mismo.