Los delgados hilos de la criminalidad.

24.08.2010

Por: Mariano Cañizares Parrado.

Cada minuto en la vida de un ser humano, equivale a una huella hospedada eterna­mente en la memoria. Unas veces estará más despierta y otras aparentará estar dormida.

Quiero hacer catarsis sobre mis recuerdos como segundo jefe del departamento de peritación men­tal y aptitud penitenciaria, del Instituto Nacional de Medicina Legal en la República de Cuba. Activi­dad que ejercí en la década de los ochenta, duran­te más de un quinquenio, y donde sufrí en silen­cio desde imposiciones administrativas, hasta la subordinación a la ignorancia.

El estudio lógico de la psiquis humana debe incluir el establecimiento de los índices de dolor, maldad y perversión al unísono, y no son todos los profesionales de la psiquiatría y la psicología fo­rense, capacitados para ejercer con rigor científico esta actividad.

Cuando la ciencia abandona a este importante campo del saber es realmente desastroso, porque alberga la probabilidad de ofrecer una falsa perita­ción mental ante un jurado, lo cual puede definir el futuro de un ser humano, llevándolo inclusive hasta la aplicación de la pena capital, de manera totalmente inmerecida.

El primer sufrimiento es la imposición de una ba­tería de pruebas para ejecutar la peritación mental, la cual no admitía ni un milímetro de desviación. Pareciera que quienes las toman como recursos para la aplicación de la ley, carecieran de flexibi­lidad del pensamiento lógico, capaz de cualificar, desde los motivos de un crimen, hasta el hecho en sí.

Esta lamentable omisión mata lo más valioso de la aplicación de una sanción, porque la ley no se ha hecho sólo para castigar, sino más bien para ejercer control sobre los seres humanos. Donde la profilaxis debe ocupar el nivel cimero.

Cuando se desconocen a profundidad las condi­cionantes de un crimen, poco nos queda por hacer, buscando evitar hechos similares.

Para poder hablar de justicia, la aplicación de la ley debe permanecer lo más distante posible de lo pragmático, porque si no, jamás sancionaremos la intensidad del delito, sino más bien, lo que le con­viene a los ideales de las clases dominantes.

Realmente es muy difícil cuantificar los valores subjetivos condicionantes de un crimen, pero ello no implica que sea totalmente imposible. Claro está. Si realmente nos interesa con fines crimino­lógicos, se impone no sólo investigar las actitudes conscientes de un criminal, sino más que todo, sus motivos inconscientes.

Las pruebas proyectivas son las únicas que nos proporcionan la posibilidad de penetrar al incons­ciente con alto nivel de eficiencia. Porque en ellas se puede constatar con claridad, los motivos domi­nantes en la comisión de un homicidio y la cualifi­cación de medios y procedimientos utilizados para su ejecución. Lo que nos permite calificar al homi­cida, como preludio necesario para la aplicación de la ley, si tenemos el ánimo de hacer justicia.

El homicidio es un hecho que se define en pocas palabras. Según el diccionario de la Real Acade­mia de la Lengua Española: "Es la muerte causada a una persona por otra". Pero éste es el acto frío, carente de todas las condicionantes que hicieron posible su consumación. Entonces, ¿serán impor­tantes los supuestos por qué de?:

  • Un crimen en defensa propia. Con provocación o sin ella.
  • Un crimen pasional.
  • Un crimen de un colérico, bajo límites extremos de tensión psíquica. Con ausencia de rasgos psicopáticos de personalidad.
  • Un crimen por venganza reprimida desde la in­fancia. Teniendo lugar en situaciones similares a cuando se vivía en estado de indefensión.
  • Un crimen realizado bajo presiones extremas de chantajismos.
  • Un crimen ordenado por personalidades psico­páticas, utilizando la facultad que les otorga el poder económico, político o social.
  • Un crimen ejecutado por un psicópata, en si­tuaciones que requieren un sello de valentía a demostrar ante el medio que le rodea. Con el ánimo de formar parte de pandillas o grupos al margen de la ley.
  • Un crimen llevado a efectos por un psicópata que canaliza sus instintos criminales bajo la bandera de creencias filosóficas, religiosas, ra­ciales, regionales etc. Donde se incluye el terro­rismo.
  • Los crímenes ejecutados por psicópatas extre­mos. Donde predomina el placer ante el sufri­miento de sus víctimas: Perversión sexual, sa­dismo y tortura.
  • Crímenes ejecutados por personas enfermas con diagnóstico de psicosis o esquizofrenias, bajo cuadros de alucinación.

Es muy variado el motivo del crimen, pero más lo es, las características de personalidad del homi­cida.

Para que puedan constatar lo tan complicado del tema, sólo me referiré a las similitudes y di­ferencias entre las personalidades ejecutantes de crímenes, como los descritos en los tipos nueve (9) y diez (10). Se trata de homicidios ejecutados por psicópatas extremos y por otra parte, los que han sido a mano de personas enfermas, padeciendo de estados alucinatorios.

Las similitudes son muy variadas: Pueden co­menzar por ser ejecutadas con igual crueldad. Despiadadas. Incluir torturas y otros medios para ocasionar sufrimiento a las víctimas. Pero hay algo que las hace totalmente diferente, y esa es la per­cepción que se tiene de la realidad por parte del homicida.

El psicópata al igual que el psicótico, son cons­cientes del acto de homicidio. Saben el por qué y para qué lo llevan a vías de hecho. Sin embargo, hay una diferencia sustancial en este estado de consciencia. El sujeto con personalidad psicopática en estado normal, asesina a una persona bajo una percepción objetiva de la realidad, sin distorsiones o deformaciones cognitivas. Mientras en la psico­sis alucinatoria, el asesino puede estar cumpliendo órdenes de una voz imperativa, con capacidad sufi­ciente para convencerlo de la necesidad del crimen.

El diccionario de psicología de la Asociación Ame­ricana de Psiquiatría (APA). Define la alucinación como: "Una falsa percepción sensorial, que tiene un total sentido de realidad, a pesar de la ausencia de un estímulo externo".

Después de conocer esta clasificación, nos pode­mos hacer una pregunta muy sensata: ¿Merecen el mismo tratamiento judicial estos dos tipos de ase­sinos?

Deseo seguir poniéndolos a pensar con otro caso que me tocó estudiar y diagnosticar mientras ejer­cía la actividad de peritación mental y aptitud pe­nitenciaria.

Se trata de un hombre de 52 años que nunca superó el conflicto edípico.

Sigmund Freud definió el complejo de Edipo: "Como el deseo inconsciente de mantener una re­lación sexual incestuosa con el progenitor del sexo opuesto".

Este sujeto después de trascurrida su infancia, nunca logró encontrar una mujer capaz de susti­tuir o compensar las cualidades físicas y mentales que él percibía en su madre, desde la más tempra­na edad y hasta la adultez.

Como nunca firmó contrato matrimonial, ni quiso formar un hogar independiente con ningu­na mujer, cada día trascurrido alimentaba más el amor insustituible hacia su madre.

Cuando contaba con apenas 18 años, su papá falleció en un accidente y la madre jamás contrajo nuevas relaciones con otro hombre. Quizás perci­bía consciente o inconscientemente la hostilidad que podría desatar semejante hecho.

La madre, con total ingenuidad lo complacía y cuidaba esmeradamente, en cada segundo de su vida.

A pesar de que era un hombre capacitado mental y físicamente para llevar una vida totalmente inde­pendiente, su mamá jamás le exigió tomara ningu­na decisión apresurada al respecto. Así pasaron los años y cada día transcurrido, fueron haciendo de este hombre un ser amoroso con su madre, pero a la vez frustrado en su esfera sentimental.

Este conflicto fue creciendo, conduciéndolo pro­gresivamente al consumo de bebidas alcohólicas. Quizás para racionalizar la tensión psíquica ge­nerada por su abstinencia de contacto carnal con el sexo opuesto; hacia el cual estaba totalmente identificado.

En una ocasión alcanzó un estado de embria­guez patológico y al arribar a la casa, su mamá lo recriminó fuertemente.

Ante un hecho poco común en la actitud de su madre hacia él, se vio afectada la imagen conscien­te, que siempre había tenido como bandera en la búsqueda de una mujer con similares cualidades de personalidad, a lo cual respondió con dolor y llanto.

La madre se acercó a brindarle consuelo, sentán­dose en sus piernas. Quizás el estado de embria­guez, había obnubilado la percepción consciente de la realidad y comenzó a acariciar no a su madre, sino a la mujer que siempre despertó sus deseos carnales.

Cuando ella se percató de la intensidad de las caricias, ya era tarde y al intentar resistirse, no pudo. Su hijo la obligó a tener relaciones sexuales.

Quizás motivado por el estado mental transitorio y los deseos reprimidos por la presencia del con­flicto edípico durante tantos años, se llevó a efectos un acto sexual aberrante, ocasionando la muerte a quien tanto amó. No se sabe si como madre o mu­jer, pero amor al fin.

¿Qué condena poner a un ser humano como éste? Donde no existen rasgos psicopáticos de per­sonalidad. Tampoco representa un peligro para la sociedad, porque el objeto de su delito había desaparecido. El estado mental fue transitorio y se constataba mediante estudios experimentales y empíricos, un total arrepentimiento.

Así está mi vida, cargada de experiencias, donde sólo Dios sabe si aplicamos la ley o hicimos justi­cia.