Los ciclos de la vida.
Por: Mariano Cañizares Parrado.
En la práctica asistencial he atendido más de setenta mil pacientes, he escrito quince libros, he cursado doce postgrado científicos y todo viviendo bajo las influencias de este mundo neurótico; a pesar de ello, jamás menciono la palabra estrés o tensión psíquica, porque desde muy temprana edad dividí mi vida en cinco partes, las cuales debían cumplirse en toda mi existencia bajo la máxima: vivir en paz conmigo mismo y a la vez con Dios.
Hoy recuerdo el día que tenía una prueba de actividad nerviosa superior y mis compañeros estaban muy inquietos, sin embargo, yo estaba leyendo uno de los tomos de "Los Miserables". Cuando el profesor me vio, me dijo: ¿Y usted qué? Enseguida le respondí: Yo no estudio para aprobar, sino para obtener la máxima puntuación, así que no existe ninguna razón para estar preocupado.
Como en Cuba por cualquier expresión como esta, lo llevan a uno a una reunión para censurar este acto, a lo cual ellos le llaman autosuficiencia, en su sentido peyorativo. Pues no fui la excepción. Me sancionaron a una crítica colectiva por tal "prepotencia". Cuando me dijeron que pidiera disculpas al profesor, les dije que no era necesario, porque él sólo sonrió y me dijo en tono afirmativo: "Eso se llama no perder el tiempo y relajar la mente cuando hace falta". Entonces, ¿a quién debo pedirle disculpas? ¿A los insuficientes que catalogan de autosuficiente a quien con humildad reconoce su suficiencia? No, nunca lo voy a hacer. Pero ¿creen que una reunión como esta alteró mi estabilidad? Jamás, porque sé en cada minuto de mi vida qué debo hacer. Entonces, el primer eslabón de la cadena que nos protege para no convertirnos en mendigos de sí mismo, es la planificación y su cumplimiento, sin margen de error.
Después de este pequeño preludio quiero dejarles explícito las cinco partes en que he divido mis años de vida, hasta el día de la muerte.
Hasta los doce años me dediqué a aprender y a obedecer.
De los trece y hasta los veintidós, hice más énfasis en la observación y escuchaba hasta lo que no debía.
De los veintitrés y hasta los cuarenta, aprendí a controlar mis estados emocionales alterados, tanto, que me hice especialista en psicoanálisis y en psicofisiología diferencial.
De los cuarenta y uno y hasta la fecha, me he dedicado a eliminar de mi vida todo aquello que con su modo de expresión, pueda intentar dañar mi paz interior. Me he separado de: Regímenes sociales, religiones, organizaciones, conductas o comportamientos individuales descompensados y sin ánimo de superación... Créanme, he distanciado a seres muy queridos, porque no han sido capaces de comprender la firme convicción de que no dedicaré más tiempo inútil al control mental, con el fin de tolerar a estos seres humanos, sino corto de raíz el mal. Les juro con total honestidad. En los últimos veinticuatro años he logrado ser más feliz aún.
Y finalmente, la quinta parte de mi vida la tengo muy interiorizada. Creo fielmente en la eutanasia y el día que deje de ofrecer más felicidad que infortunios, adelanto la muerte. Los seres humanos debemos vivir hasta que existan recursos reales y palpables para disfrutar una buena calidad de vida. No es lo mismo vivir que subsistir.
Creo en Dios pero no en la especie humana. Por tanto, debíamos obviar la opinión de cualquier persona no capacitada, para opinar quien debe o no adelantar su muerte. Sólo los médicos cuentan con los conocimientos necesarios a tales efectos. Resulta bochornoso escuchar a "personalidades" opinando al respecto, sin considerar el dolor físico y mental de un enfermo que le llegó la hora de descansar. Sencillamente hay que pensar que Dios adelantó su partida.
Como pueden ver soy un hombre feliz y me ha bastado para alcanzar este estado superior de la consciencia, sólo el conocer qué debía hacer en cada etapa de mi vida.
Esta planificación debe abarcar las esferas más importantes de la interacción
humana: Personal, social, laboral, educacional, familiar, matrimonial y sexual;
y nunca olvidar que el equilibrio de los campos biomagnéticos del cuerpo
humano, está sujeto a la fidelidad que tengamos ante las exigencias
establecidas por las cuatro patas de la mesa de la vida. Cuando olvidamos una
de ella, la mesa se nos viene encima y ahí comenzaremos a sentirnos mendigos de
sí mismo.