"Concesión de la felicidad".
Los niños hacen más lo que ven hacer, que lo que se les dice que
hagan. Es como decirle a un adulto (sin explicación alguna), cuando va a pedir
orientación profesional a la consulta de un Médico, Psicólogo, Odontólogo.... Haz
lo que yo digo; no lo que yo hago. Por muy racional que sea el contenido de lo
solicitado por parte del profesional, siempre queda la inquietud del por qué lo
contrario, si he ido a una persona para que sea, ante todo mi ejemplo.
Los niños tienen muchos patrones para imitar, durante el
desarrollo ontogenético de la personalidad:
- Familiares. Específicamente los del hogar: madre, padre, hermanos, abuelos...
- Educacionales, donde intervienen desde el chofer del transporte, que lo lleva al colegio, hasta los auxiliares generales del centro estudiantil y principalmente, los maestros de las distintas materias escolares.
- Medios de comunicación masiva.
- Las amistades más compatibles con las conductas aprendidas y con las predisposiciones inconscientes del niño.
- Tratamientos psicológicos.
- La interacción permanente con la sociedad en que les toca vivir...
En estos patrones a imitar sólo voy a referirme a lo más sutil. No tanto, a los miles de consejos ofrecidos por especialistas de la mente humana en todos los medios de comunicación, los cuales en un porciento elevadísimo, están llenos de contradicciones y eclecticismos, sujetos a las distintas corrientes psicológicas y filosóficas que las sustentan.
Una frase muy común en los últimos tiempos: "Los niños nacen para ser felices". Ojalá tuviéramos la capacidad para comprender adecuadamente cuándo estamos construyendo la felicidad o en su defecto, creando las condicionantes para la aparición de comportamientos neuróticos futuros.
En mi test, elaborado para determinar las tendencias al comportamiento neurótico, hay una pregunta comprobatoria (retest): ¿Cómo usted hace feliz a su hijo cuando está en el hogar? Es muy común una nueva variante de la felicidad; forrar con papel todas las paredes del dormitorio de los niños, para que puedan expresarse con libertad.
Del año 1993 a 1999 tuve el privilegio de entrevistar a más de 300 adolescentes argentinos, detenidos por la policía, por pintar carteles obscenos, políticos y de amor, típicos de esta edad, en las paredes de las calles. Este estudio experimental arrojó que el 89,1% de estos estudiantes habían tenido la "concesión de la felicidad", otorgada por padres y psicólogos, para expresarse sin restricciones en las paredes de la casa, cuando contaban con menos de siete años.
¿Será que amanecer en un calabozo es sinónimo de felicidad y bienestar? ¿Habrán comprendido por qué los detuvieron, cuando antes eran elogiados por sus grandes obras de arte y expresiones creativas de amor, dibujadas en donde sólo debe haber pulcritud?
Detengámonos en el aprendizaje de los niños en esa aventura matutina de cada día, cuando están en período escolar. Me refiero al acto de ser transportados desde el domicilio hasta el colegio por los conductores de buses y busetas, que en muchas oportunidades resultan ocupar dos plazas al unísono: Chofer y más tarde la de educador, porque son los propios maestros quienes recogen a los niños en sus viviendas.
El transporte escolar en Bogotá es uno de los más transgresores en el cumplimiento de las leyes de tránsito: Detienen el bus en cualquier parte y con mucha frecuencia, lo hacen exactamente al lado de una señal prohibitoria de estacionamiento, esperando gran cantidad de tiempo a los escolares. Aquí se ponen de manifiesto dos grandes grupos de comportamientos neuróticos:
Primero: Los padres enseñando a sus hijos a ser incumplidos, desde los más tempranos estadios del desarrollo de los rasgos más estables de la personalidad.
Segundo: ¿Qué harán cuando sean adultos y tengan un pase para conducir? Violar de manera indiscriminada todas las leyes de tránsito, como algo completamente natural y con absoluto derecho para hacerlo.
A todo lo anterior le podemos agregar el congestionamiento de autos provocados a causa de esta indisciplina, lo cual genera un sin número de conductas indeseables: Cuando se les toca el claxon, entonces aparecen desde frases obscenas y agresivas, hasta gestos extraordinariamente vulgares, los cuales están observando los menores e incorporándolos como parte de su "educación" diaria.
Van frecuentemente a exceso de velocidad, cambian de senda sin poner indicadores y sin guardar la distancia prudencial con otros vehículos, violan semáforos. Las señales de pare o ceda el paso para ellos sencillamente no existen; pero lo más preocupante no es que lo hagan y lo sigan haciendo, ya eso los niños lo tienen incorporado como una actitud entre límites normales, sino que también estos menores observan a los miembros de la fuerza pública, sin intervenir para sancionar convenientemente estas conductas neuróticas.
¿Tendrán moral estos choferes que a la vez
son maestros, para exigirles a sus alumnos un adecuado nivel de
autorregulación ante situaciones generadoras de conflictos? O ¿Será éste un
tema alejado de la realidad cotidiana de quienes serán los futuros adultos de
la sociedad en que vivimos?