La fábula de los perritos.
Por: Mariano Cañizares Parrado.
Una historia de amor entre dos perros, donde la raza no importó para expresar sus sentimientos. Sin embargo, esta relación fue afectada de manera considerable por sus modos de convivencia.
Uno, era un perro callejero. Símbolo extremo de una auténtica vida de perros. No se sabe nada sobre sus cuidados prenatales, menos aún, del desarrollo de su infancia y la adultez. Sus conocimientos eran sólo aquellos adquiridos por la influencia de la hostilidad del medio en que interactuaba cotidianamente. Nunca practicó deportes, pero sin embargo, sabía defenderse de sus enemigos. Se ignoraba su origen. Era de padres desconocidos.
La otra, representaba la antítesis. Su madre fue vacunada y atendida por los mejores especialistas en el transcurso del embarazo. También ella fue privilegiada con atenciones médicas y alimentarias, desde los primeros estadios de su desarrollo. Tenía un entrenador personal altamente calificado, con el fin de garantizar una adecuada educación física e intelectual. La visitaba un médico con cierta regularidad. Espacios aparentemente amplios para mantener una vida sana y así garantizar su longevidad. Una alimentación que aunque no abundante, no permitía su desnutrición.
ASÍ ES LA HISTORIA.
Había una vez un perro Doberman muy flaco y cubierto completamente por una escabiosis crónica, porque no tenía dueño.
Este pobre y solitario perrito vagabundeaba en Buenos Aires, como un mendigo más de la calle Corriente. Un buen día, en sus andanzas pasó por una casa muy bella, la cual tenía un jardín extremadamente hermoso, tanto, que sólo era comparable con una perrita Cocker Spanish, que corría libremente en todo aquel espacio aparentemente amplio.
El perro Doberman se acercó a las altas rejas de aquel jardín y subiendo sus débiles patitas en un muro de concreto de más o menos unos 80 cm de altura, que cumplían la función de darle más fortaleza a la mansión; miró con dulzura y tristeza a la bella dama.
Esta perrita era de un color bordó. Su pelo tenía tal brillo, que parecía barnizado y su flexibilidad tan extrema, que se movía al compás de una tenue brisa proveniente del Río La Plata. Sus dientes brillaban como el marfil y sus ojos eran tan vivos como el sol.
Ante tal belleza, el humilde perrito quedó fascinado, como en una hipnosis sin palabras.
Después de unos diez minutos observando como aquella perrita jugaba y corría y, al percatarse que no era objeto de su atención, decidió marcharse con el rabito entre las patas y la cabeza casi tocando el frío pavimento de un mes de Julio en la ciudad porteña. Decía en voz muy baja. ¿Por qué no he sido bendecido por la justicia divina? ¿Por qué estoy condenado a pasar tanta hambre, miseria, desprecio y soledad?
Aquella noche ese perrito durmió debajo de un banco de la costanera, frente al río.
Al otro día volvió a pasar por el frente de la casa donde habitaba la perrita y de igual manera, tuvo que marcharse lleno de agonía y sentimiento de inferioridad. Así fue pasando el tiempo, sin dejar de ir ni un solo día a mendigar en silencio la felicidad.
Eran tantas las veces, que un buen día la perrita se acercó a las rejas y con cierto temor le preguntó. ¿Por qué vienes todos los días y nunca dices ni una palabra? Con dos lágrimas inmensas en su mejilla, logró movilizar los sentimientos de aquella resplandeciente perrita. Sin decir ni una frase, bajó sus patitas y una vez más abandonó el sitio colmado de tristeza e insatisfacción, por la vida que le había otorgado el destino. Pero no podía resistir la tentación. A pesar de su pobreza se estaba enamorando, sin importarle la diferencia de riquezas entre su similar en especie.
Al día siguiente fue decidido a conversar con aquella hermosa dama. Gracias a Dios, así fue. Inmediatamente a su llegada, la perrita de manera muy discreta; como si sintiera temor por algo, se acercó lentamente a las rejas. Se miraron por unos minutos en absoluto silencio, hasta que el perrito escabiótico le preguntó. ¿Por qué eres tan linda? La Cocker de manera muy coqueta movió sus preciosas orejas, sonrió... Inmediatamente se marchó sin dar explicaciones. Su conducta brindaba la sensación de miedo a ser observada.
No cabía duda. Entre ambos se estaba cultivando una excelente empatía. Cuando el perrito por alguna razón se demoraba en llegar un día cualquiera, la perrita se comportaba muy ansiosa, intranquila y como era tan pequeña, no alcanzaba a ver la calle, al no ser saltando hasta el cansancio.
Un buen día decidieron dialogar. La perrita dijo: Soy tan linda, como lo fueras tú, si te bañaras con un buen champú. Te cepillaran los dientes con la mejor crema dental. Te vacunaras contra toda posibilidad de contraer una enfermedad. Si durmieras en una casita como la mía. Viajaras por la ciudad cubriéndote del smog en un auto del último modelo y tuvieras comida suficiente para alimentarte a tu gusto cada vez que lo desees.
El perrito sintiendo profundamente el desprecio y la arrogancia de su compañera, se marchó muy disgustado.
Pasaron varios días sin pasar por delante de aquella mansión, pero tampoco se alejaba mucho. Sin dudas, esperaba la salida de su amiga y así poder conversar un poco más tranquilos y con cierta privacidad.
Al comprobar que la perrita no salía, se acercó más y detrás de un árbol pudo comprobar que su linda dama daba saltos sin descaso, como si intentara ver algo muy deseado. El Doberman, muy intuitivo se dijo. Quizás me busque a mí. Se acercó y aquel día la perrita no dejaba de hablar ni un segundo. Notó rápidamente cómo su compañera lo había extrañado. Aprovechó la oportunidad y le dijo: ¿Por qué no salimos a mi mundo, corremos entre los árboles, hacemos Zigzag entre los autos, nos orinamos en el tronco de los postes de luz, jugamos en los parques sin que nadie nos esté vigilando?.. La perrita le respondió rápidamente y de manera muy agresiva. YO NO PUEDO SALIR DE ENTRE ESTAS REJAS SI MI DUEÑO NO ME LO AUTORIZA Y CUANDO LO HACE, VOY CON ALGUIEN QUE CONTROLA TODOS MIS MOVIMIENTOS POR MEDIO DE UN COLLAR Y UNA CINTA, QUE NO PASA DE DOS METROS DE LARGO.
El perro pobre, enfermo, hambriento y escabiótico la miró por unos minutos; bajó sus patitas y salió caminando lentamente, mientras en voz baja se repetía hasta el cansancio. PREFIERO ESTAR FLACO.